Inusual en los dulces canarios, este vino hace de la oxidación (14 meses en barrica de roble francés) una virtud.
Dejándolo respirar unos instantes en copa grande, despliega una armoniosa complejidad (frutos pasificados, cacaos, torrefactos
) que nos predisponen para una boca equilibrada con una frescura sorprendente. No excesivamente largo, pero con un postgusto duradero que nos invita a tomar otro sorbo. En las sobremesas, interesante con quesos curados o azules y sublime como acompañante de postres de chocolate
